166
Revista Científica Multidisciplinar
https://revistasaga.org/
e-ISSN
3073-1151
Octubre-Diciembre
, 2025
Vol.
2
, Núm.
4
,
166-181
https://doi.org/10.63415/saga.v2i4.281
Artículo de Revisión
.
Competencia social y cívica en contextos educativos: Una revisión
descriptiva
Social and civic competence in educational contexts: A descriptive review
Competência social e cívica em contextos educacionais: Uma revisão descritiva
Ana Isabel Saborío Jenkins
1
, Ángel Esteban Torres Zapata
2
1
Universidad Internacional Iberoamericana, Alajuela, Costa Rica
2
Universidad Autónoma del Carmen, Ciudad del Carmen, Campeche, México
Recibido
: 2025-08-25 /
Aceptado
: 2025-10-02 /
Publicado
: 2025-10-20
RESUMEN
El artículo aborda el desarrollo de competencias sociales y cívicas en estudiantes como un componente esencial para su
formación integral y la consolidación de sociedades democráticas. Se identifican ocho factores fundamentales: conciencia
de la vinculación social, autonomía personal, comunicación y empatía, cooperación y colaboración, resolución de
conflictos, sentimientos prosociales, respeto a lo valioso y conductas de participación democrática. Asimismo, se
describen tres dimensiones de estas competencias: realidad social, convivencia y participación, junto con sus descriptores
específicos que orientan la práctica educativa. Se revisan metodologías activas y colaborativas, como el aprendizaje
basado en proyectos, el service-learning y estrategias de voluntariado, que favorecen la adquisición de conocimientos, la
práctica de habilidades y el fortalecimiento de valores cívicos y sociales. La evaluación se concibe como un proceso
formativo y sumativo que integra criterios de desempeño, fomenta la autorregulación y convierte el error en oportunidad
de aprendizaje. El estudio enfatiza la importancia de la escuela abierta y del pensamiento positivo en el aprendizaje,
destacando la interacción entre emociones, autonomía y desarrollo socioemocional. Se concluye que la implementación
de estrategias pedagógicas orientadas al desarrollo de competencias sociales y cívicas contribuye a mejorar la convivencia
escolar, la participación y responsable en la comunidad, así como la formación de ciudadanos críticos y comprometidos.
Los hallazgos sugieren que la educación debe integrar de manera sistemática estos elementos para garantizar el desarrollo
de habilidades interpersonales, éticas y cívicas, consolidando así un aprendizaje significativo que impacte tanto en la vida
escolar como en la sociedad.
Palabras clave:
autonomía personal; competencias cívicas; competencias sociales; convivencia escolar; participación
democrática; socialización
ABSTRACT
This article addresses the development of social and civic competencies in students as an essential component for their
comprehensive education and the consolidation of democratic societies. Eight fundamental factors are identified:
awareness of social connections, personal autonomy, communication and empathy, cooperation and collaboration,
conflict resolution, prosocial feelings, respect for value, and democratic participation behaviors. Three dimensions of
these competencies are also described: social reality, coexistence, and participation, along with their specific descriptors
that guide educational practice. Active and collaborative methodologies are reviewed, such as project-based learning,
service-learning, and volunteer strategies, which promote knowledge acquisition, skill practice, and the strengthening of
civic and social values. Assessment is conceived as a formative and summative process that integrates performance
criteria, encourages self-regulation, and transforms errors into learning opportunities. The study emphasizes the
importance of open schooling and positive thinking in learning, highlighting the interaction between emotions, autonomy,
and socio-emotional development. It is concluded that the implementation of pedagogical strategies aimed at developing
social and civic competencies contributes to improving school coexistence, community participation and responsibility,
and the development of critical and committed citizens. The findings suggest that education should systematically
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integrate these elements to ensure the development of interpersonal, ethical, and civic skills, thus consolidating
meaningful learning that impacts both school life and society.
keywords
: personal autonomy; civic skills; social skills; school coexistence; democratic participation; socialization
RESUMO
O artigo aborda o desenvolvimento de competências sociais e cívicas em estudantes como um componente essencial para
sua formação integral e para a consolidação de sociedades democráticas. Identificam-se oito fatores fundamentais:
consciência do vínculo social, autonomia pessoal, comunicação e empatia, cooperação e colaboração, resolução de
conflitos, sentimentos pró-sociais, respeito ao que é valioso e comportamentos de participação democrática. Além disso,
descrevem-se três dimensões dessas competências
—
realidade social, convivência e participação
—
juntamente com
seus descritores específicos que orientam a prática educativa. Revisam-se metodologias ativas e colaborativas, como a
aprendizagem baseada em projetos, o service-learning e estratégias de voluntariado, que favorecem a aquisição de
conhecimentos, a prática de habilidades e o fortalecimento de valores cívicos e sociais. A avaliação é concebida como
um processo formativo e somativo que integra critérios de desempenho, estimula a autorregulação e transforma o erro em
oportunidade de aprendizagem. O estudo enfatiza a importância da escola aberta e do pensamento positivo na
aprendizagem, destacando a interação entre emoções, autonomia e desenvolvimento socioemocional. Conclui-se que a
implementação de estratégias pedagógicas voltadas ao desenvolvimento de competências sociais e cívicas contribui para
melhorar a convivência escolar, a participação responsável na comunidade e a formação de cidadãos críticos e
comprometidos. Os resultados sugerem que a educação deve integrar esses elementos de forma sistemática, a fim de
garantir o desenvolvimento de habilidades interpessoais, éticas e cívicas, consolidando assim uma aprendizagem
significativa que impacte tanto a vida escolar quanto a sociedade.
palavras-chave
: autonomia pessoal, competências cívicas, competências sociais, convivência escolar, participação
democrática, socialização
Forma sugerida de citar (APA):
Saborío Jenkins, A. I., & Torres Zapata, Á. E. (2025). Competencia social y cívica en contextos educativos: Una revisión descriptiva Revista Científica
Multidisciplinar SAGA, 2(4), 166-181.
https://doi.org/10.63415/saga.v2i4.281
Esta obra está bajo una licencia internacional
Creative Commons de Atribución No Comercial 4.0
INTRODUCCIÓN
La formación en competencias sociales y
cívicas se ha consolidado como un elemento
clave en los currículos educativos,
especialmente en contextos que demandan
ciudadanos capaces de adaptarse a cambios
sociales, culturales y tecnológicos (Andrey &
Puerto, 2023). En Costa Rica, la
transformación curricular denominada
“Educar para una nueva ciudadanía”
(Ministerio de Educación Pública de Costa
Rica, 2015) busca preparar a los estudiantes
para desenvolverse en un mundo ampliado por
las tecnologías de la información y la
comunicación (TIC’s), promoviendo la
convivencia saludable y la participación en la
vida democrática del país. A pesar de los
avances en el diseño curricular, persisten
interrogantes sobre la efectividad de su
implementación y sobre cómo se desarrollan
estas competencias en los estudiantes de
educación secundaria.
El contexto contemporáneo, caracterizado
por la globalización, la multiculturalidad y la
sociedad del conocimiento, ha impulsado la
adopción de currículos por competencias, cuyo
propósito es ir más allá de la simple
transmisión de conocimientos. La Comunidad
Europea (2004) define competencia como “una
combinación de destrezas, conocimientos,
aptitudes y actitudes, y la inclusión de la
disposición para aprender, además del saber
cómo [...] Las competencias clave representan
un paquete multifuncional y transferible de
conocimientos, destrezas y actitudes que todos
los individuos necesitan para su realización y
desarrollo personal, inclusión y empleo” (p.7).
Este enfoque enfatiza el aprendizaje
significativo y el desarrollo integral, donde las
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competencias sociales y cívicas permiten
practicar el saber hacer y convivir de manera
ética y democrática.
La literatura destaca que la escuela
constituye el escenario privilegiado para
fomentar estas competencias. Delors et al.
(1996) señalan cuatro pilares educativos:
aprender a conocer, aprender a hacer, aprender
a vivir juntos y aprender a ser, ampliados
posteriormente a cinco con el aprendizaje a
emprender, subrayando la importancia de la
competencia social. Cortina citado por López
et al. (2006) sostiene que “la escuela juega un
papel fundamental en la construcción de un
mundo humano”. López et al
. (2006) y
González y Escudero (2017) refuerzan esta
idea al afirmar que los contextos formales e
informales de la escuela facilitan el diálogo, la
resolución pacífica de conflictos y la
mediación de aprendizajes, favoreciendo la
participación de los estudiantes.
En este marco, el programa Ética, Estética y
Ciudadanía del Ministerio de Educación
Pública (MEP) de Costa Rica (2009) ofrece
una formación integral y contextualizada,
reconociendo implícitamente la relevancia de
las habilidades sociales a través de asignaturas
como Hogar, Arte, Música, Educación Física,
Artes Industriales y Educación Cívica,
corrigiendo enfoques previos inertes y
mecanizados. Según el Programa de Estudios
de Educación Cívica, la competencia
ciudadana integra conocimientos, capacidades
y destrezas que permiten actuar de manera
ética y reflexiva en acciones concretas (MEP,
2009, p.187). Estas competencias, además de
relacionarse con el bienestar personal y
colectivo, promueven la empatía, el juicio
ético y la participación democrática (González
et al., 2017).
El presente artículo tiene como objetivo
revisar de manera descriptiva la relevancia y el
desarrollo de la competencia social y cívica en
contextos educativos, considerando la
literatura existente y las estrategias
implementadas en la escuela secundaria
costarricense. A partir de esta revisión, se
busca proporcionar evidencia sobre cómo las
competencias sociales y cívicas contribuyen a
la formación integral del estudiante y a su
participación en la sociedad, así como
identificar áreas que requieren atención en la
implementación del currículo.
DESARROLLO
Generalidades y Educación en Costa Rica
Costa Rica reconoce la educación como un
derecho obligatorio y una responsabilidad del
Estado, asegurando su financiamiento
mediante la Constitución Política, Título VII,
Artículo 78, que establece que el gasto público
en educación no debe ser inferior al 8 % del
PIB. Históricamente, la inversión educativa ha
sido de las más altas en Latinoamérica,
reflejando el compromiso del país con la
formación integral de sus ciudadanos
(Cordero-Méndez, 2024)
El marco filosófico del sistema educativo se
sustenta en la Ley Fundamental de Educación,
que plantea como fines la formación de
ciudadanos responsables, conscientes de sus
derechos y deberes, con capacidades para
convivir y participar en la sociedad,
fomentando valores como la solidaridad y el
respeto a la dignidad humana. Este enfoque
integral busca desarrollar habilidades,
destrezas y competencias que permitan a los
estudiantes actuar de manera ética y
democrática en su entorno (Venegas, 2005).
Desde 2009, el programa Ética, Estética y
Ciudadanía del MEP, en conjunto con el
Consejo Superior de Educación, ha promovido
una formación ciudadana activa, integral y
contextualizada, orientada al ejercicio de la
ciudadanía mediante dimensiones cognitivas,
formativas y de competencias (Ministerio de
Educación Pública de Costa Rica, 2009). El
Programa de Estudios de Educación Cívica
resalta que la enseñanza de la ciudadanía debe
ser práctica, democrática y participativa,
incorporando el aprendizaje por proyectos para
favorecer la acción y la reflexión ética de los
estudiantes (Chavarría-Mora et al., 2025).
La transformación curricular Educar para
una nueva ciudadanía (MEP, 2015) enfatiza la
educación basada en derechos humanos,
deberes ciudadanos y ciudadanía planetaria,
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adaptándose a los cambios de la sociedad
global y promoviendo la integralidad del
aprendizaje en contextos reales (Dirección
General de Ordenación, Innovación y
Promoción Educativa del Gobierno de
Canarias, 2013, p.2; MEP, 2015, p.15).
Aunado a ello, la consecución del Objetivo 4
de la UNESCO sobre Educación de Calidad
requiere estudios que permitan evaluar el
impacto de estas políticas y fortalecer la
implementación de estrategias educativas para
el desarrollo de competencias sociales y
cívicas (Chavarría-Mora et al., 2025).
Resultados de algunas investigaciones sobre
el tema de Competencias Sociales y Cívicas
Moreno et al. (2015) indica que la escuela
del siglo XXI debe preparar a los estudiantes
con herramientas para interpretar su entorno
local y global, formando ciudadanos críticos,
participativos y socialmente comprometidos.
La alfabetización digital es clave en este
proceso, definida por Gómez & Vera, (2025)
como un conjunto de conocimientos,
habilidades, actitudes y estrategias para usar
las TIC de manera crítica, creativa y ética.
Estas competencias digitales facilitan la
comunicación, la innovación y la participación
activa a nivel local y global, constituyendo un
pilar de la ciudadanía planetaria. Mihailidis y
Thevenin (2013) también subrayan que la
educación digital y la alfabetización mediática
son fundamentales para una ciudadanía
democrática comprometida.
La transformación curricular costarricense,
según el MEP (2009, 2015), busca educar para
una nueva ciudadanía, integrando
competencias sociales, cívicas y digitales a
través de estrategias metodológicas
experienciales como el aprendizaje por
proyectos. Vásquez-Espinoza et al. (2024)
señala que la educación cívica debe combinar
teoría y práctica para consolidar la ciudadanía
democrática, considerando conocimientos,
habilidades y actitudes, y que la escuela es la
plataforma ideal para esta vivencia. En este
contexto, Silaban et al. (2024) enfatiza que la
competencia social y cívica fomenta la
identidad personal y comunitaria, mientras
Galindo- Ubaque et al. (2024) añaden que su
aprendizaje requiere comprender democracia,
justicia, igualdad, ciudadanía y derechos
humanos.
La familia y los entornos informales
también influyen en el desarrollo social y
cívico de los jóvenes, como apuntan Salado et
al. (2024), siendo fundamentales para la
transmisión de valores, tradiciones y
habilidades sociales. Sin embargo, la escuela
sigue siendo el escenario principal para
consolidar estas competencias, con
metodologías que integran teoría y práctica,
promoviendo la participación y la reflexión
cívica. Alscher et al. (2022) evidencian que los
estudiantes con mayor conocimiento cívico
desarrollan actitudes más empáticas, tolerantes
y comprometidas con la convivencia y la paz.
En Latinoamérica, metodologías
experienciales como el Aprendizaje Servicio
(APS) han demostrado mejorar la participación
y la convivencia escolar (Ochoa & Pérez,
2019). Stojnic (2016) señala que la escuela
debe ofrecer experiencias prácticas de
participación democrática para que los
estudiantes adquieran ciudadanía activa, y
Kamens citado en Stojnic (2016) enfatiza la
importancia de conectar la formación
individual con la consolidación democrática de
la sociedad. McCafferty y McCafferty-Wright
(2015) y Fuentes-Moreno et al. (2020)
coinciden en que el uso de metodologías
activas y contextos participativos promueve la
ciudadanía responsable, reforzada por la
asignatura de Historia y la reflexión crítica en
entornos escolares.
En Costa Rica, aunque no se cuenta con
estudios recientes sobre el desarrollo de
competencias sociales y cívicas, el Programa
de Educación Cívica establece conocimientos,
competencias y prácticas para construir
ciudadanía joven y adulta, fomentando la
convivencia social y política (Arce-Ramírez &
Chévez-Ponce, 2016). Las metodologías
activas, como el Aprendizaje Basado en
Proyectos (ABP), y el trabajo cooperativo,
según Zhou & Colomer, (2024). mejoran
significativamente las destrezas sociales y
cívicas, integrando teoría y práctica. Los
estudios revisados concuerdan en que la
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educación social y cívica requiere
protagonismo estudiantil y experiencias
vivenciales, principios centrales de la
pedagogía constructivista y
socioconstructivista.
Competencias
En las sociedades modernas, los sistemas
educativos se han diseñado con el objetivo de
garantizar la formación integral de los
estudiantes, no solo en conocimientos y
destrezas, sino también en valores y actitudes.
Este enfoque se traduce en una educación por
competencias, donde los valores se convierten
en actitudes y las capacidades y destrezas se
transforman en habilidades prácticas
(Mendieta, 2021). Contrario a la creencia
común de que el concepto de “competencia” se
originó en el ámbito empresarial y
posteriormente fue adoptado por la educación
como respuesta a necesidades político-
económicas, Díaz-Barriga (2014) sostienen
que la competencia tiene su origen en el mundo
educativo, pasando luego al empresarial, y
finalmente retornando a la educación como un
recurso práctico y operativo que representa un
elemento innovador para su aplicación
pedagógica.
Desde una perspectiva conceptual, la
competencia se entiende como
un “conjunto de
conocimientos, destrezas y actitudes esenciales
para que todos los individuos puedan tener una
vida plena como miembros activos de la
sociedad” (Sanz, 2020). Para que una
competencia sea reconocida como tal,
Monzonís y Capllonch, (2015) plantea tres
criterios fundamentales: debe beneficiar al
colectivo social independientemente de la
diversidad, respetar criterios éticos y
culturales, y estar vinculada al contexto
específico donde se aplicará. Particularmente,
las competencias sociales y cívicas se
consideran fundamentales, ya que constituyen
la base para el desarrollo de otras
competencias, al estar directamente
relacionadas con la convivencia, la
participación y el conocimiento de la realidad
que motiva a actuar en beneficio de los demás.
En este sentido, el Gobierno Vasco (2009)
destaca que estas competencias incluyen el
desarrollo de un sentido de pertenencia al
género humano, desde la escala local hasta la
universal, y la defensa de los derechos
humanos.
Las competencias presentan diversas
características que permiten su aplicación
integral y efectiva en la educación. Son
integradoras, ya que facilitan la combinación y
aplicación de conocimientos, habilidades y
capacidades en contextos complejos;
complementarias, porque diferentes
habilidades se utilizan conjuntamente para
lograr objetivos comunes; dinámicas, en tanto
que evolucionan a lo largo del tiempo y pueden
desarrollarse mediante la educación, la
práctica y la experiencia; y medibles, dado que
su dominio puede evaluarse mediante pruebas,
observaciones y otros métodos que permiten
verificar el progreso y logro de los objetivos de
aprendizaje. Esta conceptualización muestra
cómo las competencias no solo se limitan al
ámbito cognitivo, sino que también articulan
actitudes y comportamientos observables en
contextos sociales diversos (Marcotte &
Gruppen, 2022).
En el siglo XXI, ciertas competencias son
consideradas básicas para el desarrollo integral
del individuo, reflejando la importancia de
habilidades sociales, cognitivas y tecnológicas
en un entorno globalizado y en constante
cambio. La OCDE, a través del proyecto
DeSeCo (Definition and Selection of
Competencies), propone una clasificación de
competencias clave que agrupa las habilidades
en tres grandes áreas: competencias para el uso
social, competencias para el trabajo y
competencias para el aprendizaje a lo largo de
la vida. Las competencias para el uso social
incluyen la capacidad de interactuar
eficazmente con los demás, actuar de manera
autónoma, utilizar herramientas tecnológicas
de forma interactiva y participar
constructivamente en grupos y comunidades.
Las competencias para el trabajo comprenden
la gestión de información, el uso de
tecnologías de información y comunicación, la
colaboración en equipos heterogéneos y la
resolución de problemas complejos. Por
último, las competencias para el aprendizaje a
lo largo de la vida implican aprender a
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aprender, comprometerse socialmente,
manejar situaciones conflictivas y ser
culturalmente competente. Estas competencias
reflejan la necesidad de formar individuos
capaces de enfrentar desafíos sociales,
laborales y personales de manera crítica,
autónoma y responsable, integrando
conocimientos, habilidades y valores en un
marco de respeto por los derechos humanos y
la diversidad cultural (OECD, 2005).
Competencia social y cívica
La competencia, entendida como la
capacidad de movilizar conocimientos,
actitudes y habilidades para alcanzar metas
definidas, se orienta hacia la resolución de
problemas específicos (García-Toledano et al.
2023). En este sentido, las competencias
sociales y cívicas integran elementos que
trascienden lo individual y se proyectan hacia
la construcción colectiva de la sociedad. Como
señala Castillo y Rodríguez, (2022), estas
competencias buscan tanto la calidad de vida
personal, social y económica, como la calidad
de la sociedad, caracterizada por paz, cohesión,
equidad y ausencia de discriminación.
Asimismo, García-Toledano et al. (2023)
consideran que esta competencia tiene un rol
reorganizador, pues permite configurar un
modelo de ciudadano y de sociedad que otorga
mayor profundidad educativa.
La comprensión de la competencia social y
cívica requiere diferenciar los conceptos de
civismo y ciudadanía. Mientras la primera
refiere a la educación en valores de
solidaridad, respeto y amor a la patria, la
segunda se concibe como un constructo más
amplio que articula conocimientos,
habilidades cognitivas, emocionales y
comunicativas, así como actitudes orientadas a
la acción justa y constructiva en la sociedad
(Guerrero et al. 2024). Lizcano (2012)
distingue entre los campos semánticos de
ciudadano, ciudadanía y civismo, precisando
que el primero se asocia a pertenencia y
estatus, el segundo abarca tanto pertenencia
como actitudes, y el último se restringe al
comportamiento deseable dentro de la
colectividad.
En esta línea, Inclán y León, (2022)
puntualiza que el civismo comparte raíz
etimológica con civilización y alude a la
práctica activa, reflexiva y crítica de la
ciudadanía mediante un comportamiento
respetuoso de normas y costumbres. El
Programa de Estudios de Educación Cívica
(2009) concibe la ciudadanía democrática
como el ejercicio de derechos y deberes en
igualdad, implicando respeto mutuo y
compromiso con la democracia. García-
Cabrero et al. (2024) refuerzan esta idea al
señalar que la ciudadanía trasciende el estatus
jurídico y se convierte en una forma de vida
basada en valores compartidos.
Desde esta perspectiva, González y
Escudero-Vidal (2017) afirman que las
competencias sociales permiten analizar
críticamente los códigos de conducta, expresar
puntos de vista, negociar y respetar las
diferencias. Silaban et al. (2024) agrega que
constituyen la base para otras competencias,
pues integran conocimientos, actitudes y
hábitos orientados a la participación cívica y la
resolución de conflictos. En consecuencia, los
Derechos Humanos constituyen el marco ético
que garantiza igualdad y respeto a la
diversidad. Gobierno Vasco, (2009) subraya
que la competencia cívica prepara a los
individuos para participar activamente en la
vida democrática mediante el conocimiento de
estructuras sociales y políticas.
Los contenidos de esta competencia
incluyen valores, razonamiento ético,
habilidades comunicativas, gestión de
emociones y conocimientos sociales, los
cuales se adquieren en la familia, la escuela y
la comunidad. Fuentes-Moreno et al. (2020)
enfatiza que se trata de una competencia
compleja, pues articula recursos cognitivos,
afectivos y conductuales. La definición del
Torres-Zapata et al. (2023) integra las
dimensiones personales, interpersonales e
interculturales que permiten una participación
constructiva en sociedades diversas, así como
la preparación para resolver conflictos
mediante la tolerancia, la empatía y la gestión
del estrés.
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Importancia de la convivencia social, de
conocer la realidad y de ejercer la
ciudadanía
La condición social del ser humano exige
desarrollar competencias de convivencia que
incluyen la capacidad de relacionarse,
cooperar, resolver conflictos y aceptar las
diferencias. Pérez (2017) advierte que la
violencia cotidiana en Colombia refleja la
urgencia de una educación que arraigue
cambios políticos, económicos y culturales en
la vida cotidiana como base de una cultura de
paz (p. 35). Ortiz (2018) coincide al señalar
que la escuela debe potenciar competencias
para aprender a hacer, conocer, convivir y ser,
promoviendo la conciencia global y la
cooperación en un mundo interconectado.
La paz, en este marco, se entiende no solo
como ausencia de guerra, sino como un
proceso sustentado en derechos humanos,
diálogo, equidad y solidaridad. Torres-Zapata
et al. (2023) sostiene que la convivencia
saludable incide directamente en el desarrollo
social, humano y económico, ya que fomenta
confianza, respeto a las normas, resolución de
conflictos y participación cívica. Asimismo,
Ortiz et al. (2018) destacan la necesidad de
fortalecer la participación social mediante la
formación de ciudadanos globales capaces de
responder a problemáticas locales y globales.
Las Tecnologías de la Información y la
Comunicación han ampliado el sentido de
ciudadanía, obligando a los jóvenes a
comprometerse en la defensa de los derechos
humanos a nivel global. No obstante, como
señalan Chavarría-Mora et al. (2025), aunque
los estudiantes manifiestan interés en
participar, su involucramiento real suele ser
limitado, lo que resalta la necesidad de
experiencias escolares que impulsen la acción
cívica. Pérez (2017) recuerdan que el
desarrollo humano está correlacionado con
sociedades que practican de manera efectiva
los derechos y deberes ciudadanos,
consolidando la dignidad y corresponsabilidad
social.
Factores de las competencias sociales y
cívicas
La competencia social y cívica se compone
de una serie de factores que deben
desarrollarse integralmente en la persona,
conformando dimensiones y subcompetencias
que fortalecen la vida en comunidad. Ochoa y
Pérez, (2019) identifican ocho factores
fundamentales: conciencia de la vinculación
social, autonomía personal, comunicación y
empatía, cooperación y colaboración,
resolución de conflictos, sentimientos
prosociales, respeto a lo valioso y conductas de
participación democrática. Estos factores no
sólo inciden en la convivencia escolar y
ciudadana, sino que son esenciales para el
desarrollo integral de los estudiantes y la
consolidación de sociedades democráticas.
El primer factor, la conciencia de la
vinculación social, adquiere relevancia en
contextos educativos marcados por conductas
disruptivas, conflictos mal gestionados y una
escasa empatía entre los miembros de la
comunidad escolar. La convivencia escolar
influye tanto en el aprendizaje académico
como en el desarrollo social del alumnado, ya
que las relaciones positivas entre estudiantes y
docentes favorecen el clima de aula, la
participación y el aprendizaje. Se identifican
manifestaciones de violencia en centros
educativos, como agresiones físicas, verbales,
exclusión social y ciberacoso, lo que evidencia
la necesidad de estrategias pedagógicas que
fortalezcan la corresponsabilidad y la cohesión
comunitaria. Se subraya que, durante la
adolescencia, las transformaciones físicas y
psicosociales
—
como la búsqueda de
independencia, el desarrollo de la identidad y
la relación con pares
—
son determinantes para
consolidar la socialización (Vega-Umbasía et
al. 2017).
El segundo factor, la autonomía personal, se
equilibra con la vinculación social, integrando
la libertad individual con la responsabilidad
comunitaria. Este concepto, conocido como
“autonomía responsable”, reconoce a la
persona como única sin caer en el
individualismo. Este proceso inicia en la
infancia a través de la autorregulación
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emocional y se fortalece en la adolescencia
mediante la interiorización de valores y
principios éticos universales. Las relaciones
entre pares son determinantes para el bienestar
interpersonal y el desarrollo de competencias
sociales (Alscher et al. 2022). En esta línea,
Salado et al. (2024) advierte que la
autorregulación y el autocontrol son claves
para la socialización, mientras que Pérez
(2017) enfatiza la necesidad de colaboración
entre familia y escuela en la formación
ciudadana.
El tercer factor, la comunicación,
comprensión y empatía, constituye la base de
la socialización. Se destaca la importancia de
enseñar habilidades comunicativas que
incluyan la expresión de necesidades, la
escucha activa, la retroalimentación positiva y
la empatía. Sin embargo, en la adolescencia, el
egocentrismo puede distorsionar la
comprensión hacia los demás. Por ello, la
escuela debe promover la identificación de
prejuicios, el análisis de ideas irracionales y el
desarrollo de la empatía como capacidad
prosocial. Se subraya que la adolescencia es un
periodo en el que se potencian conductas de
ayuda, solidaridad y altruismo, las cuales
favorecen las relaciones interpersonales y la
cohesión social.
El cuarto factor, la cooperación y
colaboración, enfatiza que los problemas
sociales requieren del trabajo en equipo y del
desarrollo de corresponsabilidad. En el ámbito
pedagógico, se recomienda el uso de
metodologías activas como el aprendizaje
cooperativo y el trabajo por proyectos, que
colocan al estudiante en el centro de su propio
proceso formativo y fomentan el sentido de
responsabilidad compartida (Hernández-
Prados et al. 2024).
El quinto factor corresponde a la resolución
de conflictos, entendida como un proceso
inherente a la vida humana. Vega-Umbasía et
al. (2017) coinciden en que el conflicto surge
cuando hay desacuerdos, lo que exige aprender
a resolverlos pacíficamente. En contextos
donde la violencia social y escolar es creciente,
como en Costa Rica (Chavarría-Mora et al.
2025), se hace indispensable promover desde
la infancia programas de educación emocional
y mediación pedagógica que fortalezcan la
cultura de paz y la justicia social.
El sexto factor, los sentimientos
prosociales, incluye la solidaridad, el altruismo
y la compasión como fundamentos de la
convivencia democrática. Vega-Umbasía et al.
2017, sostiene que la conducta prosocial puede
convertirse en una disposición duradera y se
manifiesta en acciones voluntarias orientadas
al bienestar de otros. Durante la adolescencia,
estos valores se consolidan mediante la
participación en proyectos de voluntariado,
experiencias educativas y modelajes parentales
y docentes. La pedagogía de la prosocialidad
debe basarse en metodologías prácticas como
estudios de caso, debates y experiencias
comunitarias.
El séptimo factor es el respeto a lo valioso,
entendido como la observancia a la dignidad
humana y a todo aquello que sostiene la vida
social justa. Sanz (2020) señalan que el respeto
se universalizó al reconocerse como derecho
inherente a todos los seres humanos. En la
adolescencia, este valor evoluciona de la mano
de la búsqueda de autonomía e identidad, lo
que exige proponer modelos pedagógicos que
vinculen respeto con afecto y no con miedo
(Salado et al. 2024). Tanto la familia como la
escuela cumplen un rol esencial en la
transmisión de este valor, fortaleciendo la
conciencia crítica y la capacidad de discernir lo
que es digno de respeto.
Finalmente, el octavo factor, las conductas
de participación democrática, orienta a la
educación cívica como formación para la
ciudadanía. A pesar de la apatía hacia la
política formal, los jóvenes participan
activamente en movimientos cívicos y de
voluntariado. Diversos informes
internacionales enfatizan la relevancia de la
socialización cívica escolar en la formación de
ciudadanos activos. Inclán y León, (2022)
destaca el papel de la educación cívica
temprana, mientras que Silaban et al. (2024),
desde la teoría del aprendizaje social, plantea
que las competencias sociales y cívicas se
adquieren a través de la observación, la
imitación y la interacción social. Así, la
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escuela debe fomentar proyectos de servicio,
participación estudiantil y experiencias de
debate, que consoliden la conciencia
democrática y la corresponsabilidad
comunitaria.
Dimensiones de las competencias sociales y
cívicas
El documento Competencia social y cívica:
Marco Teórico plantea que las competencias
sociales y cívicas se estructuran en
dimensiones, las cuales permiten comprender
mejor su alcance y aplicación en los procesos
formativos. Conocer estas divisiones resulta
esencial para analizar el estado de desarrollo de
la competencia social y cívica en los
estudiantes (Gobierno Vasco. Departamento
de Educación, Universidades e Investigación,
2011).
Dimensión de la realidad social
La dimensión de la realidad social integra
elementos de la historia y de las ciencias
sociales con el propósito de explicar el
funcionamiento de la sociedad contemporánea,
sus problemáticas y desafíos. Se busca que el
estudiante comprenda la evolución social y sus
implicaciones en aspectos económicos,
laborales, políticos, culturales y de servicios,
entre otros. Esta competencia procura que el
alumno adquiera conocimientos sobre la
organización, funcionamiento y evolución de
las sociedades actuales y del sistema
democrático. Asimismo, pretende que
desarrolle destrezas para identificar problemas
en su entorno, reflexionar sobre experiencias
personales, interpretar información, elaborar
propuestas y actuar con responsabilidad,
autonomía y espíritu crítico frente a los hechos
sociales (Alscher et al. 2022).
Descriptores de la dimensión de
conocimiento de la realidad social
La dimensión de realidad social se compone
de elementos y descriptores que orientan el
proceso educativo. Estos incluyen:
comprender el carácter evolutivo de las
sociedades y los valores democráticos,
interpretar y valorar la diversidad cultural y de
creencias, y analizar críticamente
problemáticas vinculadas con la igualdad de
género, el medio ambiente, el consumo
responsable, el comercio justo y el uso de las
tecnologías. Dichos elementos permiten
desarrollar una visión crítica y reflexiva en los
estudiantes (Fuentes-Moreno et al. 2022).
Dimensión de convivencia
La dimensión de convivencia se centra en la
cooperación, el análisis de los conflictos y su
resolución pacífica, fundamentándose en
valores y normas sociales. Esta dimensión
enfatiza la construcción consensuada de reglas
con el fin de fortalecer el compromiso
colectivo y el bienestar común. Se trata de
fomentar una convivencia armónica basada en
la cooperación y la corresponsabilidad social
(Hernández-Prados et al. 2024)
Descriptores de la dimensión de convivencia
Los descriptores de la convivencia incluyen
la adquisición de competencias intra e
interpersonales que favorezcan una
convivencia positiva y la construcción
compartida de una escala de valores. Además,
promueven la resolución pacífica de conflictos
mediante la comunicación, la negociación y la
mediación, así como el reconocimiento de que
no todas las posturas personales son éticas si
no están sustentadas en los valores de los
Derechos Humanos. También destacan la
importancia de colaborar en proyectos
colectivos y participar en el trabajo
cooperativo (Vásquez- Espinoza et al. 2024).
Dimensión de participación
La dimensión de participación se relaciona
con el ejercicio activo de derechos y deberes
ciudadanos en el marco de la vida democrática,
abarcando desde la familia y la escuela hasta la
soci
edad en general. Participar implica “tomar
parte” y no se limita a la transmisión de valores
democráticos, sino que requiere estructurar la
vida escolar mediante procesos de diálogo,
debate y toma de decisiones. Estas prácticas
fomentan la resolución conjunta de problemas,
el desarrollo de hábitos cívicos y la formación
de virtudes ciudadanas. Es esencial crear en el
aula espacios abiertos donde los estudiantes
puedan expresar, argumentar y reflexionar
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sobre los temas tratados, promoviendo así una
participación democrática que fortalezca el
razonamiento, la cognición y el aprendizaje
significativo (Silaban et al. 2024).
Descriptores de la dimensión de
participación
La dimensión de participación se concreta
en descriptores que incluyen: el compromiso
con valores universales y democráticos como
la libertad, igualdad, solidaridad,
corresponsabilidad y ciudadanía; el ejercicio
activo y responsable de los derechos y deberes
ciudadanos en temas de género, medio
ambiente, consumo responsable, comercio
justo, tecnologías, movilidad vial, salud y uso
del tiempo libre. También contempla la
práctica de normas cívicas en los diferentes
grupos de pertenencia y la construcción de un
sentido de ciudadanía global compatible con la
identidad local (Silaban et al. 2024).
Cómo se enseñan y se aprenden las
competencias sociales y cívicas
El desarrollo de las competencias sociales y
cívicas implica tanto la adquisición de
conocimientos como la práctica de habilidades
que se consoliden en hábitos ciudadanos. Este
aprendizaje requiere la ejercitación de dos
tipos de habilidades: las intelectuales,
relacionadas con la adquisición de
conocimientos, y las participativas, vinculadas
con la expresión de ideas, sentimientos,
intereses y la organización colectiva. Estos
autores afirman que la participación no solo
constituye un derecho, sino también un deber
ciudadano, cuyo nivel depende del grado de
implicación en la vida pública. Asimismo,
identifican tres pilares del aprendizaje cívico:
la transmisión de conocimientos, la promoción
de actitudes sociales y el desarrollo de
habilidades necesarias (Fuentes-Moreno et al.
2020).
En este sentido, transmitir conocimientos
supone comprender que el bienestar común
depende de la mejora individual de cada
ciudadano. Para ello, se requieren referentes
que ejemplifiquen el funcionamiento del
sistema social, especialmente en torno a la
democracia, la cohesión social y la
participación ciudadana. Ello implica el
conocimiento del orden político, la igualdad, la
protección de derechos y libertades, así como
los valores de la Constitución como la
dignidad, libertad, igualdad y justicia (Alscher
et al. 2022).
La promoción de actitudes ciudadanas va
más allá de la teoría, puesto que exige poner en
práctica valores como altruismo, optimismo,
responsabilidad social y política, respeto,
lealtad y justicia. Estos valores, desarrollados
inicialmente en el contexto familiar,
encuentran en la escuela un espacio esencial
para consolidarse como referentes legítimos de
convivencia (Fuentes-Moreno et al. 2020).
Del mismo modo, el entrenamiento de
habilidades constituye un componente
indispensable para consolidar el aprendizaje
cívico. Esto implica el fortalecimiento del
pensamiento crítico, analítico y resolutivo, así
como la toma de decisiones. Igualmente, se
fomenta el desarrollo de habilidades sociales
como el liderazgo, la comunicación, la
negociación, la empatía y el trabajo en equipo,
necesarias para la participación social efectiva
(Fuentes-Moreno et al. 2020).
Las bases teóricas de este proceso se
sustentan en el constructivismo y el
socioconstructivismo, que conciben al
estudiante como protagonista de su propio
aprendizaje a través de la interacción en
contextos sociales y culturales diversos.
Dentro de este enfoque, la metodología
adquiere un papel central, dado que el
currículo basado en competencias prioriza las
prácticas pedagógicas y los procesos de
evaluación integrales, superando la
fragmentación tradicional del aprendizaje
(Fuentes-Moreno et al. 2020).
Metodologías para el aprendizaje de la
competencia social y cívica
La enseñanza de competencias sociales y
cívicas requiere metodologías activas y
colaborativas. La competencia social va más
allá del simple aprendizaje conjunto, ya que no
basta con diseñar actividades si los estudiantes
no logran convivir respetando, tolerando,
empatizando y cooperando entre sí. Por ello, se
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enfatiza la necesidad de que los docentes
trabajen de manera colaborativa e
interdisciplinaria para organizar y planificar el
trabajo de los estudiantes (Ochoa & Pérez,
2019)
El aprendizaje por proyectos como
estrategia metodológica central, destacando la
importancia del aprendizaje cooperativo y las
estrategias interactivas que promuevan el
intercambio de ideas en contextos
interdisciplinarios y situaciones cercanas a la
vida real. Asimismo, se sugiere implementar
metodologías participativas que involucren
activamente al alumnado, ya que la educación
ciudadana se fortalece mediante estrategias
que fomenten hábitos cívicos. En este sentido,
se sostiene que la educación activa y el
aprendizaje de estrategias son métodos
eficaces para desarrollar la ciudadanía
(Hernández-Prados et al., 2024).
Las metodologías activas se conciben como
procesos interactivos de comunicación entre
docentes, estudiantes, materiales y entorno,
promoviendo la implicación responsable del
alumno y enriqueciendo la práctica educativa.
Entre sus características destacan el
protagonismo del estudiante, el rol mediador
del docente, la autonomía en el aprendizaje, la
vinculación con el entorno y el fomento del
pensamiento crítico y reflexivo. Ejemplos de
estas metodologías incluyen flipped
classroom, aprendizaje basado en proyectos
(ABP), aprendizaje basado en problemas,
gamificación, design thinking, visual thinking,
simulación, juegos de rol y aprendizaje
cooperativo (Torres-Zapata et al. 2024).
Un esquema de trabajo basado en proyectos
para desarrollar competencias básicas,
incluyendo las sociales y cívicas, puede
apoyarse en diversas estrategias. Se destacan
principios metodológicos como la creación de
un clima de interacción positiva, la
transversalidad evaluable a través de distintas
asignaturas y la intervención activa y
cooperativa bajo la premisa de “aprender
haciendo” y socializando con otros. En este
marco, el service-learning se define como un
método que integra el aprendizaje académico
en el aula con la realización de un servicio
voluntario que responde a necesidades
comunitarias, formando un binomio
enriquecedor y promoviendo la reflexión
crítica, la coherencia curricular y el
protagonismo estudiantil. Finalmente, la
participación en actividades de voluntariado
constituye otra vía de aprendizaje cívico,
permitiendo a los estudiantes aportar
soluciones a problemas sociales reales (Ochoa
& Pérez, 2019)
Evaluación del aprendizaje de la
competencia social y cívica
La evaluación constituye un componente
central en la enseñanza de las competencias
sociales y cívicas. Se concibe como un proceso
continuo de recopilación, análisis e
interpretación de información que permite
tomar decisiones fundamentadas sobre el
aprendizaje de los estudiantes.
En la evaluación por competencias se
integran los cuatro saberes
—
conocer, hacer,
ser y convivir
—
, reconociendo que la
valoración del aprendizaje es parte intrínseca
del proceso educativo. Este enfoque destaca la
importancia de que la evaluación sea
formativa, atienda las diferencias individuales,
fomente la autonomía y el pensamiento crítico,
y promueva la participación del alumnado
(González & Escudero-Vidal, 2017).
Este proceso evaluativo comprende tres
fases: la recogida de datos sobre el aprendizaje
de los estudiantes, su análisis para identificar
logros y dificultades, y la toma de decisiones
orientadas a la mejora del proceso. En este
marco, se prioriza la valoración del desempeño
y la calidad de las tareas realizadas, más que la
calificación del alumno como bueno o malo.
Asimismo, se fomenta la concepción del error
como oportunidad de aprendizaje (González &
Escudero-Vidal, 2017).
En cuanto a los tipos de evaluación, la
formativa se centra en las acciones del docente
para guiar mejoras, mientras que la formadora
estimula al estudiante a tomar decisiones sobre
su propio proceso. Por otro lado, la evaluación
sumativa cumple una función acreditadora y
social, al clasificar y seleccionar al alumnado
en función de sus aprendizajes, lo cual requiere
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decisiones colegiadas para garantizar justicia y
responsabilidad ética (Díaz-Barriga, 2014).
Para evaluar las competencias sociales y
cívicas se recomienda emplear distintos
instrumentos, tales como rúbricas, pruebas
escritas, contratos de evaluación y redes
sistémicas. Las rúbricas, en particular,
permiten organizar criterios y niveles de
desempeño, además de orientar a los
estudiantes en la planificación y
autorregulación de su aprendizaje. De esta
manera, la evaluación no se reduce a calificar,
sino que se transforma en un medio para
aprender mejor, crecer y disfrutar del proceso.
La escuela abierta
La escuela abierta constituye una propuesta
pedagógica orientada al fortalecimiento de las
competencias sociales y cívicas, concebida
como una cultura educativa con enfoque
humanista. Este modelo se centra en la
persona, promoviendo el desarrollo de
capacidades socioemocionales mediante la
formación en pensamiento crítico, positivo y
en el aprendizaje autónomo. Bajo esta
perspectiva, el aprendizaje se entiende como
una experiencia placentera que estimula tanto
la autonomía como la autorregulación
emocional del estudiantado (Mendieta, 2021)
En este contexto, se resalta la importancia
de fomentar el pensamiento positivo dentro del
modelo de escuela abierta, dado que el estado
de ánimo de los estudiantes influye
directamente en su rendimiento académico.
Cuando los alumnos se encuentran de mal
humor, resulta difícil que logren un desempeño
óptimo; bajo estas condiciones, las tareas
rutinarias suelen ser la única opción viable. Por
el contrario, un estado de ánimo positivo
facilita el pensamiento creativo, aunque a
veces puede inducir procesos superficiales o
imprecisos. En situaciones de ánimo pesimista,
se tiende a pensar de manera más sistemática y
precisa, pero menos creativa. Asimismo, un
mal humor puede aumentar la susceptibilidad
a argumentos poco sólidos y disminuir la
motivación para verificar información
(Hernández-Prados et al. 2024). Por ello, para
que el pensamiento produzca resultados
efectivos, es necesario identificar y aprovechar
los momentos psicológicamente más
adecuados, en lugar de forzar la actividad
mental (Mendieta, 2021).
CONCLUSIONES
El desarrollo de competencias sociales y
cívicas en los estudiantes de educación
secundaria constituye un elemento esencial
para la formación integral y la participación en
la sociedad. La revisión de la literatura
evidencia que estas competencias no solo
implican la adquisición de conocimientos
teóricos, sino también la práctica de
habilidades socioemocionales, éticas y
democráticas, que permiten la resolución de
conflictos, la cooperación, la empatía y la
participación ciudadana. Los factores que
conforman estas competencias
—
conciencia
de la vinculación social, autonomía personal,
comunicación, cooperación, resolución de
conflictos, sentimientos prosociales, respeto y
conductas de participación democrática
—
interactúan de manera integral, fortaleciendo
tanto la convivencia escolar como el
compromiso con la sociedad.
Asimismo, las metodologías activas y
participativas, como el aprendizaje por
proyectos, el aprendizaje cooperativo y el
service-learning, junto con la evaluación
formativa y formadora, constituyen estrategias
efectivas para consolidar estas competencias
en contextos educativos. La escuela abierta y
los entornos pedagógicos que fomentan el
pensamiento crítico, la autonomía y la
autorregulación emocional complementan este
proceso, facilitando que los estudiantes
internalicen valores, actitudes y habilidades
necesarias para una ciudadanía responsable y
democrática.
En este sentido, promover competencias
sociales y cívicas desde la educación
secundaria no solo contribuye al bienestar
personal y colectivo de los estudiantes, sino
que también fortalece sociedades más
inclusivas, equitativas y participativas. Por lo
tanto, resulta fundamental que los sistemas
educativos continúen implementando
políticas, programas y estrategias pedagógicas
que integren teoría, práctica y participación,
garantizando que la formación ciudadana sea
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SAGA Rev. Cienc. Multidiscip. | e-ISSN 3073-1151 | Octubre-Diciembre, 2025 | vol. 2 | núm. 4 | pág. 166-181
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DECLARACIÓN DE CONFLICTO DE INTERESES
Los autores declaran no tener conflictos de intereses.
DERECHOS DE AUTOR
Saborío Jenkins, A. I., & Torres Zapata, Á. E. (2025)
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